+Sociedad de Terciarios+
+Siervos de María Inmaculada+
(Misioneros Kolbeanos)
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Los Siervos de María Inmaculada (Misioneros Kolbeanos), vivimos la Regla de nuestro Padre San Francisco de Asís, la devoción permanente a María Inmaculada, y el servicio a Cristo sufriente en la persona de los presos, los enfermos, los ancianos solos, migrantes y los marginados; según el carisma del Padre San Maximiliano Kolbe.
Somos miembros de la Iglesia Anglicana Independiente en México y estamos incardinados a la Diócesis del Santísimo Redentor y el Excmo. Sr. Obispo D. Sergio Martínez es nuestro Obispo Protector.
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Los Siervos de María Inmaculada (Misioneros Kolbeanos), vivimos la Regla de nuestro Padre San Francisco de Asís, la devoción permanente a María Inmaculada, y el servicio a Cristo sufriente en la persona de los presos, los enfermos, los ancianos solos, migrantes y los marginados; según el carisma del Padre San Maximiliano Kolbe.
Somos miembros de la Iglesia Anglicana Independiente en México y estamos incardinados a la Diócesis del Santísimo Redentor y el Excmo. Sr. Obispo D. Sergio Martínez es nuestro Obispo Protector.
EPÍSTOLA QUE N. S. P. SAN FRANCISCO ESCRIBIÓ A TODOS LOS FIELES
A todos los cristianos, religiosos, clérigos, legos, varones y mujeres; a todos los que viven en el Universo mundo, Fray Francisco, siervo vuestro y súbdito, os saluda con reverencia, desea paz del cielo y sincera caridad en el Señor:
Como soy siervo de todos, estoy obligado a servir a todos y administrarles las olorosas palabras de mi Señor. Más viendo mi enfermedad y debilidad de mi cuerpo y que no puedo visitar en persona a cada uno de vosotros, he pensado en enviaros con estas mensajeras letras las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, Verbo del Padre, palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida. Este Verbo del Padre, tan grande, tan santo, tan glorioso, cuya venida del cielo anunció el Altísimo por el santo Arcángel Gabriel a la santa y gloriosa María vistió verdaderamente en el materno seno la carne de nuestra humanidad y nuestra fragilidad. Y aunque era rico, quiso, juntamente con su dichosísima Madre, abrazarse sobre todas las cosas, con la pobreza.
Y cerca ya de su Pasión, celebró la Pascua con sus discípulos, "y tomando el pan rindió gracias y lo bendijo y distribuyó diciendo: Tomad y comed; este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dijo: Esta es mi sangre del nuevo testamento, que será derramada por vosotros y por muchos en remisión de los pecados". Después oró al Padre diciendo: "Padre, si es posible, haz que pase de mí este cáliz y fue su sudor como de gotas de sangre que chorrean a Tierra". Sujetó, con todo, su voluntad a la del Padre diciéndole: "Padre, hágase tu voluntad, no como yo quiero, sino como tú quieres". Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito se ofreciese en sacrificio y holocausto en el ara de la cruz, no porque Él lo necesitase, sino por nuestros pecados, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiso que todos fuésemos salvos por Él, y le recibiésemos con corazón limpio y cuerpo casto. Más son pocos los que quieren recibirle y ser salvos por Él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera.
Los que no quieren gustar cuán suave sea el Señor, y aman más las tinieblas que la luz desdeñando cumplir los mandatos de Dios, esos tales son malditos. De ellos dice el Profeta: "Malditos sean los que se apartan de tus mandamientos". Más al contrario, ¡cuán benditos son y cuán dichosos los que aman al Señor como nos mandó Jesús en el Evangelio. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo!" Amémosle, pues, a Dios y adorémosle con corazón sencillo y espíritu limpio. Eso buscó Él por encima de todo cuando dijo: "Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y verdad". Todos, por lo tanto, los que le adoren, deben adorarle con espíritu de verdad. Enderecémosle noche y día alabanzas y oraciones diciendo: "Padre nuestro que estás en los cielos". Pues siempre debemos orar y nunca desfallecer.
Debemos confesar al sacerdote todos nuestros pecados y recibir el Cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo... Hagamos además frutos dignos de penitencia. Y amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Si alguien no puede amarlos como a sí mismos, procure por lo menos no hacerles mal, sino bien.
Los que recibieron el poder de juzgar a los otros, ejerzan su juicio con misericordia, como ellos quisieran que les juzgase el Señor. Juicio sin misericordia se le fulminará al que no hizo misericordia con su hermano. Tengamos, pues, caridad y humildad y hagamos limosnas, ellas limpian las almas de las sordideces de los pecados. Todas las cosas que el hombre deja en este mundo se malogran para él; pero lleva en sí mismo las obras que hizo de las cuales el Señor le dará digno premio y recompensa.
Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados y de los excesos de comida y bebida. Como católicos, debemos visitar con frecuencia las iglesias, venerar y reverenciar a los clérigos, pues aunque sean pecadores, ellos son Ministros del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que sacrifican en el altar y reciben y administran a los demás. y estamos firmemente convencidos que nadie será salvo sino por la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y por sus santas palabras, las cuales los clérigos solos exclusivamente pronuncian, aplican y administran.
Especialmente los religiosos que renunciaron al mundo deben hacer estas y mayores cosas y no omitir las otras.
Debemos odiar nuestros cuerpos con los vicios y pecados; ya dijo el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden todos los vicios y pecados". Debemos amar a nuestros enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen; y practicar los preceptos y consejos de Nuestro Señor Jesucristo. Igualmente debemos negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, cada cual según le prometió al Señor. Más nadie, está obligado a obedecer cuando se le ordena la comisión de un crimen o pecado.
El que tiene poder de mandar y es tenido como mayor en dignidad ha de considerarse como el menor y siervo de los demás; y debe usar con cada uno de los hermanos de la misma misericordia que él quisiera que le tuvieran en situación parecida. Si un hermano comete un delito no por eso se irrite contra él, sino instrúyale y amonéstele con paciencia y humildad.
No seamos sabios y prudentes según la carne, sino sencillos, humildes y puros. Y despreciemos nuestros cuerpos, pues todos por nuestra culpa somos miserables y corruptos. Por ningún concepto deseemos encumbrarnos sobre los demás, al contrario, procuremos con empeño ser siervos y sujetos a toda humana criatura por amor de Dios.
El Espíritu del Señor descansará sobre todos los que practicaren estas cosas y perseveren hasta el fin, y en ellos hará su habitación, y serán hijos del Padre celestial cuyos mandatos cumplen. Sus almas serán esposas inmaculadas de Nuestro Señor Jesucristo. Somos, efectivamente, esposas de Jesucristo cuando el alma fiel se le une por el Espíritu Santo; somos hermanos suyos cuando hacemos la voluntad de su Padre que está en los cielos; somos sus madres, cuando por amor y pura sincera conciencia le llevamos en el corazón y en el cuerpo y le damos a luz por santas operaciones que a los demás refluyen en ejemplo.
¡Oh, cuán glorioso y grande es tener un Padre en el cielo! ¡Oh, cuán santo y hermoso y amable tener un esposo en el cielo! Y un hermano tan querido, tan complaciente y humilde, pacífico y dulce, amable, y deseable por todas las cosas, que dio su alma por sus ovejas y rogó al Padre diciéndole por nosotros: "Padre santo, guarda en tu Nombre a todos estos que me diste. Padre, todos eran tuyos y Tu me los diste. Y los encargos que Tu me diste les di también y ellos me acogieron y conocieron que salí de Ti y creyeron que Tu me enviaste. Te ruego por ellos, bendícelos y santifícalos. Por ellos me sacrifico, para que sean santificados como Tu y Yo somos. Y quiero, Padre, que donde Yo esté, estén también ellos, para que vean mi claridad en tu Reino".
Como Él sufrió tanto por nosotros y tantos galardones nos dio y dará en lo venidero, toda criatura que vive en el cielo y en la tierra y en los mares y en los abismos rinda laudes a Dios, y le de gloria y honor y bendición, porque Él es nuestra virtud y fortaleza. Él sólo es bueno, sólo Altísimo, sólo Omnipotente y Admirable y Glorioso. Él sólo Santo, Laudable y bendito por eternidades de siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, Yo, Fray Francisco, pequeñuelo siervo vuestro, os pido por caridad, que es Dios, y suplico besándoos los pies, que acojáis con humildad y amor estas palabras odorantes de Nuestro Señor Jesucristo y las practiquéis perfectamente. Y a los que no saben leer haced que les lean con frecuencia, para que las observen con santa diligencia ya que son espíritu y vida. Y los que esto no hicieren darán razón en el día del Juicio ante el Tribunal de Cristo. Y sobre todos aquellos hombres y mujeres que las recibieren benignamente y las practicaren hasta el fin, sirviendo de ejemplo a los demás, descienda la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
A todos los cristianos, religiosos, clérigos, legos, varones y mujeres; a todos los que viven en el Universo mundo, Fray Francisco, siervo vuestro y súbdito, os saluda con reverencia, desea paz del cielo y sincera caridad en el Señor:
Como soy siervo de todos, estoy obligado a servir a todos y administrarles las olorosas palabras de mi Señor. Más viendo mi enfermedad y debilidad de mi cuerpo y que no puedo visitar en persona a cada uno de vosotros, he pensado en enviaros con estas mensajeras letras las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, Verbo del Padre, palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida. Este Verbo del Padre, tan grande, tan santo, tan glorioso, cuya venida del cielo anunció el Altísimo por el santo Arcángel Gabriel a la santa y gloriosa María vistió verdaderamente en el materno seno la carne de nuestra humanidad y nuestra fragilidad. Y aunque era rico, quiso, juntamente con su dichosísima Madre, abrazarse sobre todas las cosas, con la pobreza.
Y cerca ya de su Pasión, celebró la Pascua con sus discípulos, "y tomando el pan rindió gracias y lo bendijo y distribuyó diciendo: Tomad y comed; este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dijo: Esta es mi sangre del nuevo testamento, que será derramada por vosotros y por muchos en remisión de los pecados". Después oró al Padre diciendo: "Padre, si es posible, haz que pase de mí este cáliz y fue su sudor como de gotas de sangre que chorrean a Tierra". Sujetó, con todo, su voluntad a la del Padre diciéndole: "Padre, hágase tu voluntad, no como yo quiero, sino como tú quieres". Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito se ofreciese en sacrificio y holocausto en el ara de la cruz, no porque Él lo necesitase, sino por nuestros pecados, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiso que todos fuésemos salvos por Él, y le recibiésemos con corazón limpio y cuerpo casto. Más son pocos los que quieren recibirle y ser salvos por Él, aunque su yugo sea suave y su carga ligera.
Los que no quieren gustar cuán suave sea el Señor, y aman más las tinieblas que la luz desdeñando cumplir los mandatos de Dios, esos tales son malditos. De ellos dice el Profeta: "Malditos sean los que se apartan de tus mandamientos". Más al contrario, ¡cuán benditos son y cuán dichosos los que aman al Señor como nos mandó Jesús en el Evangelio. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y a tu prójimo como a ti mismo!" Amémosle, pues, a Dios y adorémosle con corazón sencillo y espíritu limpio. Eso buscó Él por encima de todo cuando dijo: "Los verdaderos adoradores adorarán a Dios en espíritu y verdad". Todos, por lo tanto, los que le adoren, deben adorarle con espíritu de verdad. Enderecémosle noche y día alabanzas y oraciones diciendo: "Padre nuestro que estás en los cielos". Pues siempre debemos orar y nunca desfallecer.
Debemos confesar al sacerdote todos nuestros pecados y recibir el Cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo... Hagamos además frutos dignos de penitencia. Y amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos. Si alguien no puede amarlos como a sí mismos, procure por lo menos no hacerles mal, sino bien.
Los que recibieron el poder de juzgar a los otros, ejerzan su juicio con misericordia, como ellos quisieran que les juzgase el Señor. Juicio sin misericordia se le fulminará al que no hizo misericordia con su hermano. Tengamos, pues, caridad y humildad y hagamos limosnas, ellas limpian las almas de las sordideces de los pecados. Todas las cosas que el hombre deja en este mundo se malogran para él; pero lleva en sí mismo las obras que hizo de las cuales el Señor le dará digno premio y recompensa.
Debemos también ayunar y abstenernos de los vicios y pecados y de los excesos de comida y bebida. Como católicos, debemos visitar con frecuencia las iglesias, venerar y reverenciar a los clérigos, pues aunque sean pecadores, ellos son Ministros del Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que sacrifican en el altar y reciben y administran a los demás. y estamos firmemente convencidos que nadie será salvo sino por la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y por sus santas palabras, las cuales los clérigos solos exclusivamente pronuncian, aplican y administran.
Especialmente los religiosos que renunciaron al mundo deben hacer estas y mayores cosas y no omitir las otras.
Debemos odiar nuestros cuerpos con los vicios y pecados; ya dijo el Señor en el Evangelio: Del corazón proceden todos los vicios y pecados". Debemos amar a nuestros enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen; y practicar los preceptos y consejos de Nuestro Señor Jesucristo. Igualmente debemos negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, cada cual según le prometió al Señor. Más nadie, está obligado a obedecer cuando se le ordena la comisión de un crimen o pecado.
El que tiene poder de mandar y es tenido como mayor en dignidad ha de considerarse como el menor y siervo de los demás; y debe usar con cada uno de los hermanos de la misma misericordia que él quisiera que le tuvieran en situación parecida. Si un hermano comete un delito no por eso se irrite contra él, sino instrúyale y amonéstele con paciencia y humildad.
No seamos sabios y prudentes según la carne, sino sencillos, humildes y puros. Y despreciemos nuestros cuerpos, pues todos por nuestra culpa somos miserables y corruptos. Por ningún concepto deseemos encumbrarnos sobre los demás, al contrario, procuremos con empeño ser siervos y sujetos a toda humana criatura por amor de Dios.
El Espíritu del Señor descansará sobre todos los que practicaren estas cosas y perseveren hasta el fin, y en ellos hará su habitación, y serán hijos del Padre celestial cuyos mandatos cumplen. Sus almas serán esposas inmaculadas de Nuestro Señor Jesucristo. Somos, efectivamente, esposas de Jesucristo cuando el alma fiel se le une por el Espíritu Santo; somos hermanos suyos cuando hacemos la voluntad de su Padre que está en los cielos; somos sus madres, cuando por amor y pura sincera conciencia le llevamos en el corazón y en el cuerpo y le damos a luz por santas operaciones que a los demás refluyen en ejemplo.
¡Oh, cuán glorioso y grande es tener un Padre en el cielo! ¡Oh, cuán santo y hermoso y amable tener un esposo en el cielo! Y un hermano tan querido, tan complaciente y humilde, pacífico y dulce, amable, y deseable por todas las cosas, que dio su alma por sus ovejas y rogó al Padre diciéndole por nosotros: "Padre santo, guarda en tu Nombre a todos estos que me diste. Padre, todos eran tuyos y Tu me los diste. Y los encargos que Tu me diste les di también y ellos me acogieron y conocieron que salí de Ti y creyeron que Tu me enviaste. Te ruego por ellos, bendícelos y santifícalos. Por ellos me sacrifico, para que sean santificados como Tu y Yo somos. Y quiero, Padre, que donde Yo esté, estén también ellos, para que vean mi claridad en tu Reino".
Como Él sufrió tanto por nosotros y tantos galardones nos dio y dará en lo venidero, toda criatura que vive en el cielo y en la tierra y en los mares y en los abismos rinda laudes a Dios, y le de gloria y honor y bendición, porque Él es nuestra virtud y fortaleza. Él sólo es bueno, sólo Altísimo, sólo Omnipotente y Admirable y Glorioso. Él sólo Santo, Laudable y bendito por eternidades de siglos. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén, Yo, Fray Francisco, pequeñuelo siervo vuestro, os pido por caridad, que es Dios, y suplico besándoos los pies, que acojáis con humildad y amor estas palabras odorantes de Nuestro Señor Jesucristo y las practiquéis perfectamente. Y a los que no saben leer haced que les lean con frecuencia, para que las observen con santa diligencia ya que son espíritu y vida. Y los que esto no hicieren darán razón en el día del Juicio ante el Tribunal de Cristo. Y sobre todos aquellos hombres y mujeres que las recibieren benignamente y las practicaren hasta el fin, sirviendo de ejemplo a los demás, descienda la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.